Un gigantesco lago en medio del desierto. Parque Nacional desde 1972, zona Ramsar desde 1975, Reserva de la Biosfera desde 1976. Todo un paraíso y un único problema. No está en Europa, está en Irán. Allí, como en tantos otros lugares menos desarrollados que el nuestro, la protección de la naturaleza es poco más que eso, títulos y burocracia sin un interés real.
Por eso la noticia ha pasado desapercibida. La muerte de miles de tortugas, aves migratorias, serpientes y otros animales, trágicamente carbonizados en el lago Parishan, una de las más importantes zonas húmedas de Irán, de acuerdo con la información transmitida por la agencia de noticias Mehr.
Lo más sorprendente es que los incendios no fueron provocados por locos pirómanos, sino por trabajadores de una empresa encargada de la construcción allí de una nueva carretera, a instancias de las mismas autoridades que, irónicamente, lideran un movimiento local para proteger tan importante reserva natural, amenazada por las desecaciones ilegales de los agricultores.
Nada mejor que el fuego para limpiar el terreno de molestos cañaverales, debieron pensar. Pero se olvidaron, o desconocían, el tremendo tesoro que estos hábitats húmedos encierran.
El desastre ambiental causado es terrible, pues no ha sido un accidente de un día. Llevan meses dándole cerillazo a cañas y carrizos, acabando impunemente con su fauna más frágil e indefensa.
La Agencia de Protección del Medio Ambiente de Irán ha sido ordenada por el Departamento de Justicia para investigar la destrucción de los humedales Parishan e identificar a sus responsables, pero hasta el momento nadie ha movido un dedo para obedecer la orden, ni mucho menos para parar los incendios.
El gran lago Parishan (4.000 hectáreas de extensión) está situado cerca de la ciudad de Kazeroun, en la provincia de Farss, en Irán. Es un lugar muy importante de invernada para especies tan amenazadas como la malvasía cabeciblanca (Oxyura leucocephala), la cerceta pardilla (Marmaronetta angustirostris) o el pelícano ceñudo (Pelecanus crispus).
Empeñados en proteger nuestro cómodo primer mundo, no somos conscientes de los graves problemas que existen más allá de nuestras férreas fronteras, inventadas líneas imaginarias en un planeta común donde lo habitual es la destrucción compulsiva. ¿Podemos hacer algo? Desgraciadamente, poco más que indignarnos.
Y esto lo que quedó de uno de los miles de galápagos que han muerto carbonizados en el lago.
Por eso la noticia ha pasado desapercibida. La muerte de miles de tortugas, aves migratorias, serpientes y otros animales, trágicamente carbonizados en el lago Parishan, una de las más importantes zonas húmedas de Irán, de acuerdo con la información transmitida por la agencia de noticias Mehr.
Lo más sorprendente es que los incendios no fueron provocados por locos pirómanos, sino por trabajadores de una empresa encargada de la construcción allí de una nueva carretera, a instancias de las mismas autoridades que, irónicamente, lideran un movimiento local para proteger tan importante reserva natural, amenazada por las desecaciones ilegales de los agricultores.
Nada mejor que el fuego para limpiar el terreno de molestos cañaverales, debieron pensar. Pero se olvidaron, o desconocían, el tremendo tesoro que estos hábitats húmedos encierran.
El desastre ambiental causado es terrible, pues no ha sido un accidente de un día. Llevan meses dándole cerillazo a cañas y carrizos, acabando impunemente con su fauna más frágil e indefensa.
La Agencia de Protección del Medio Ambiente de Irán ha sido ordenada por el Departamento de Justicia para investigar la destrucción de los humedales Parishan e identificar a sus responsables, pero hasta el momento nadie ha movido un dedo para obedecer la orden, ni mucho menos para parar los incendios.
El gran lago Parishan (4.000 hectáreas de extensión) está situado cerca de la ciudad de Kazeroun, en la provincia de Farss, en Irán. Es un lugar muy importante de invernada para especies tan amenazadas como la malvasía cabeciblanca (Oxyura leucocephala), la cerceta pardilla (Marmaronetta angustirostris) o el pelícano ceñudo (Pelecanus crispus).
Empeñados en proteger nuestro cómodo primer mundo, no somos conscientes de los graves problemas que existen más allá de nuestras férreas fronteras, inventadas líneas imaginarias en un planeta común donde lo habitual es la destrucción compulsiva. ¿Podemos hacer algo? Desgraciadamente, poco más que indignarnos.
Y esto lo que quedó de uno de los miles de galápagos que han muerto carbonizados en el lago.
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